Expuesto en la Kunstschau de 1908, donde Klimt obtiene un doble
reconocimiento público: El Retrato de Emilie Flögel fue adquirido por la
ciudad de Viena y El beso, considerada como la mejor obra de la
muestra, fue comprado por el Estado austríaco para la Galería de Arte
Moderno. El artista era así elogiado de nuevo, después de tantas
polémicas. La obra no podía dejar de hallar favor entre los espectadores
por la celebración apasionada, pero al mismo tiempo delicada, del tema
amoroso y por el estilo florido, que ofrecía, según Hevesi, una imagen festiva del mundo.
Una
franja de prado florido ofrece un agarre visual, mientras que el resto
del fondo está realizado, en una técnica que Klimt usa también en el
contemporáneo retrato de Adele Bloch-Bauer, como un cielo salpicado de
lentejuelas doradas. El oro es de nuevo el color dominante, elegido para
la hiedra que cae sobre las pantorrillas de la mujer, para los trajes y
para la campana protectora que envuelve a los amantes.
Las
manos asumen, como siempre, una evidencia especial y los gestos
contribuyen a construir la atmósfera de dicha de la obra, despojada de
connotaciones sensuales para insistir más bien en la felicidad y la
ternura del beso.
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