El cuadro representa el momento en el que los dos discípulos reconocen a Cristo resucitado en su compañero de mesa cuando éste bendice el pan. La energía pictórica de Caravaggio dimana de su habilidad para combinar realismo, distorsión y simbolismo en una imagen coherente. A primera vista parece retratar los hechos tal y como pudieron ocurrir: Cristo no está idealizado y tiene un rostro sereno, radiante e inhabitual: juvenil y lampiño; y los discípulos, que parecen pescadores de verdad, con facciones toscas y rudas expresiones, reaccionan de forma creíble ante lo que ven. Equilibrando esta agitación de los discípulos, el gesto atento y tranquilo del mesonero, que refuerza la realidad de la revelación. Y sin embargo, cuanto más se estudia la obra, más artificios, distorsiones y símbolos salen de la luz.
Caravaggio dominó perfectamente la técnica del escorzo. Aquí se aprecian claramente tres: la mano y brazo del peregrino que porta la concha, la mano de Jesús en el gesto de la bendición, y el cesto de fruta en mágico equilibrio hacia el espectador. Pero sobre todo fue un maestro del claroscuro;visiblemente se advierte en esta obra el uso magistral de esta técnica, iluminándose con focos externos la escena, se crea un ritmo pictórico de brillantes charcos de luz blancos y rojísimos, con negras sombras y penumbras.
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