Museo Julio Romero de Torres. Córdoba
El arte de Julio Romero de Torres, llegó a su total plenitud, con esta obra de 1929-1930.
La escena de este lienzo, se
desenvuelve en el interior de una humilde habitación, donde una joven
sentada en una silla de eneas, se adelanta sobre un brasero de cobre,
sosteniendo en sus manos una badila de metal. Viste una falda marrón
remangada por encima de sus rodillas, luciendo así sus piernas envueltas
por unas medias de seda y sujetas por unas ligas color naranja. Viste
también, una blusa clara que deja su hombro izquierdo desnudo, y que se
abre dejando ver el nacimiento de los senos. La postura
de esta joven morena con las piernas ligeramente abiertas es
despreocupada y provocativa. Su rostro ovalado enmarca una cara ingenua
en la que destacan unos profundos ojos negros, una nariz fina y una
pequeña boca. Su pelo negro recogido con raya a un lado contrasta con su
piel luminosa dorada. Una puerta abierta, deja ver al fondo, el paseo
de la Ribera, el Río Guadalquivir, el Puente Romano y la Calahorra, todo
bajo un cielo de anochecer. Sus acostumbrados fondos de luminosos
atardeceres, se vuelven aquí oscuro anochecer, presagiando quizá que la
vida del maestro que se apagaba.
“La Chiquita Piconera” es el auténtico testamento pictórico de Julio Romero de Torres. En este cuadro sintetiza toda su concepción de la pintura y del arte. Es una obra “resumen y compendio” de toda su trayectoria vital y artística. En este cuadro, hay algo de “mensaje” de lo que Romero de Torres entendía que era la pintura y de lo que quería expresar con ella. En un sentido amplio, es este cuadro “expresionista”, en el que nos transmite, con su peculiar lenguaje, algo más que el placer de contemplar un bellísimo y original retrato, es decir, añade a su concepción artística, el deseo “inconfesado” de expresarnos su concepción de la vida, en un retrato lleno de madurez, hondura y sosiego.
Lienzo de técnica casi fotográfica en el tratamiento de los planos, donde la modelo mira penetrante, no al infinito como en la pintura clásica, sino de una forma directa y próxima, donde se encuentran todos los elementos fundamentales que definen la pintura de Romero de Torres: Córdoba envuelta en brumas, siempre distante y próxima; la belleza como ideal, reflejada en la mujer; la mezcla de ardor y frialdad; de dulzura y desencanto, de arcaísmo y modernidad; de nostalgia y presencia.
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